¿Una gran farra?
LUIS FELIPE LAGOS M. Economista y consultor
- T+
- T-
LUIS FELIPE LAGOS M.
Expandir el gasto fiscal en 33% sin focalizar (IFE) y legislar retiros de ahorro previsional por US$ 50.000 millones que generaron grandes desequilibrios macro son, sin duda, malas políticas; pero la “gran farra” es la oportunidad que se ha perdido Chile de alcanzar el desarrollo.
En palabras del destacado analista Moisés Naím: “Chile ofreció un modelo económico alternativo para América Latina que alivió la pobreza y esperaba que también fuera un modelo en política”. Nada de esto está ocurriendo. Parafraseando a Vargas Llosa, “¿cuándo se jodió Chile?” O en términos económicos, ¿estamos en la trampa de los ingresos medios? Es decir, países que tienen un período de rápido crecimiento y después se estancan sin alcanzar el desarrollo.
“Identificar un momento preciso en que se jodió Chile es difícil, ya que es un fenómeno continuo desde 2014, con un gobierno que postergó el crecimiento como la fuente de empleo y mejores salarios, para priorizar la redistribución”.
Identificar un momento preciso de cuando se jodió Chile es difícil, ya que este es un fenómeno continuo que parte en 2014 con un gobierno que postergó el crecimiento como la fuente generadora de empleo y mejores salarios, para priorizar la redistribución. En palabras del ministro de Hacienda de la época: “se diseñó una reforma tributaria que enfrentaría la desigualdad al tiempo de mejorar la distribución del ingreso”.
Ciertamente, no ponderaron los efectos negativos de la reforma en la inversión que terminó frenando el crecimiento. Además, era una política ineficiente; recordemos que los impuestos sólo contribuyen con 1/4 a una mejor distribución del ingreso, 3/4 corresponden al gasto (transferencias monetarias), según la evidencia internacional.
La coalición gobernante olvidó que los “30 años” habían sido el período más exitoso de la historia del país, reduciendo la pobreza como ninguna nación en el mundo, mejorando la distribución del ingreso y llegando a ser el primer país en desarrollo humano de América Latina. Luego volvimos nuevamente a las consignas de los 60-70, como la vía no capitalista de desarrollo, o querer “derrocar al capitalismo”, incluso algunos han propuesto el decrecimiento. Los malos resultados están a la vista: en los últimos 10 años, el crecimiento promedio de la inversión alcanzó 1% y del PIB, 2,2%.
A comienzos de 2019 estimamos que la capacidad de crecimiento de mediano plazo de la economía podía ser superior a 4% si se recuperaban los altos niveles de la tasa de inversión, se transitaba gradualmente hacia una calidad del trabajo similar a la mediana de los países ricos y se aumentaba la productividad agregada, partiendo con una modernización del Estado.
Como sabemos, nada de esto ha ocurrido y hemos caído en una incertidumbre política extrema, con un proceso constituyente que aún no ha logrado disiparla. Recordemos que dirigentes del nuevo gobierno declararon que venían a “meter inestabilidad”. No se requiere ser experto en economía, cualquier persona con sentido común sabe que esto es nefasto para la inversión.
Junto con reformas tributarias que han elevado el impuesto a las empresas y al 1,5% de las personas, -esto es, al capital que es esencialmente móvil internacionalmente, y al trabajo calificado que también presenta un alto grado de movilidad-, en vez de aumentar la base impositiva, hemos incrementado la “permisología”: trabas burocráticas que generan incertidumbre y arbitrariedades. Hoy estimamos que nuestra capacidad de crecimiento de mediano plazo está en torno a 1,5-2%, es decir, una economía estancada en términos per cápita.
¿Podemos salir de la trampa? Por ahora, se ve difícil. Podríamos partir por liderar la transformación energética haciendo concesible el litio.